17/04/2020
Producto de la pandemia provocada por el Covid-19, el 91% de los estudiantes de al menos 188 países hoy no están asistiendo a la escuela. Chile no está ajeno a esta situación.
Fuente: La Tercera
Mahia Saracostti
Directora de Cátedra UNESCO sobre Niñez, Educación y Sociedad
Académica de Trabajo Social Universidad de Valparaíso
Integrante Red de Universidades unidas por la Infancia
Para muchos niños y niñas, la educación que están recibiendo es limitada. La crisis ha puesto de manifiesto y agudizado las desigualdades socioeducativas y las disparidades. Numerosas escuelas no están preparadas para usar la tecnología online. Algunos docentes no tienen experiencia ni conocimiento sobre clases de este tipo. Muchos niños no cuentan con condiciones de acceso, equipos o espacios adecuados para estudiar en el hogar. Mientras que familias intentan apoyar en un contexto donde nadie evalúa los riesgos y dificultades.
Algunas niñas y niños están expuestos a situaciones de mayor desigualdad. Quienes viven en situación de discapacidad, que pertenecen a grupos inmigrantes u originarios de comunidades vulnerables. También quienes habitan en sectores lejanos o rurales, en situación de calle o en hogares Sename.
En momentos de confinamiento y con las escuelas cerradas, los contenidos del currículo, la prueba Simce y la evaluación docente, parecen extemporáneos y lejanos. Se abre así una oportunidad única para aprendizajes profundos: la tolerancia a la frustración o la empatía, y el desarrollo de habilidades sociales y emocionales como factor crucial en el desarrollo del ser humano. Allí el “Programa habilidades para la vida” puede asumir un rol en la promoción universal de la salud mental y bienestar colectiva de los estudiantes.
Durante el confinamiento, las oportunidades de aprendizaje debieran multiplicarse a través de la reducción de las brechas digitales y el acceso a plataformas tecnológicas diversas, responsabilidad prioritaria para el gobierno de Chile. Pero, también a través de la televisión pública nacional, las radios, las RRSS, los préstamos de libros y su distribución en hogares más vulnerables.
Las tensiones adicionales que soportan las familias como la pérdida de trabajo y la inseguridad económica, el confinamiento social y la ansiedad por motivos de salud, es probable que traigan consecuencias lamentables que debemos anticipar y evitar.
Cuando se acabe el confinamiento, la preocupación no debiera estar en la recuperación desmedida de los contenidos escolares perdidos, ni en que se amplíen las jornadas para lograrlas. La escuela debiera erigirse como espacio de bienestar y de protección para sus estudiantes y docentes.
Esto implica que los adultos nos planteemos si es más importante aprender las reglas ortográficas o matemáticas, o si tiene más sentido nutrir aquello que nos haga más comunitarios y solidarios.
Que los niños no estén en el aula, sino que saltando y jugando, que se besen y abracen sin miedo debieran ser las primeras tareas del retorno a las clases presenciales. Solo después de eso, las comunidades podrán reunirse a reflexionar sobre lo que hemos vivido en casa y en el mundo.
La extensión del año escolar se puede ajustar y los aprendizajes se pueden recuperar, mientras que el bienestar psicosocial es la base del trabajo posterior.
El retorno a la escuela y la prevención del abandono serán una tarea clave para el sistema escolar. Ya hay suficiente evidencia científica, previo a la crisis sanitaria, que muestra que la repetición de grado presenta una asociación negativa con el logro de los aprendizajes y genera problemas de ajuste socioemocional.
En Italia, por decreto, ya se estipuló que no habrá repitencia en el sistema escolar. Quizás sea oportuno descomprimir nuestro sistema. Y dictaminar que en Chile ningún estudiante repetirá de curso.
Si sacamos la atención en los contenidos curriculares y en la aprobación de estos, es probable que nuestros estudiantes aprendan más que nunca en confinamiento y, cuando retornen a la escuela.
Ingresa a la columna en La Tercera aquí
Comparte: